Sumérgete en los detalles de cómo mi pasión, inicialmente escondida, se reveló en la creación de una marca única, donde cada pieza cuenta la historia de un descubrimiento personal.
Si me preguntaran cómo terminé inmersa en el fascinante mundo de la joyería, probablemente habría respondido "simplemente sucedió". Pero ahora, al mirar hacia atrás, cada pieza de este rompecabezas en el que me encuentro tiene perfecto sentido.
Imagina vivir en un entorno donde las mujeres forman parte del arte y la creación, no por elección consciente, sino porque el legado artístico permeaba silenciosa y evidentemente en nuestra familia. Mi madre, inmersa en el diseño gráfico y la teoría del color, encontraba su expresión en texturas, telares y narrativas tejidas en cuentos. Asimismo, mi tía, diseñadora de vestuario, daba vida a mundos mágicos y prendas que atestiguaban, de manera palpable, historias pasadas. Este legado artístico era algo inherente, algo que vivíamos sin el aura romántica de una elección consciente, más bien como parte de nuestra cotidianidad sin que lo supiéramos.
Las horas de mi infancia, inmersa en colores y texturas, probándome trajes de ópera y dejando volar mi imaginación, ahora encuentran su salida en el mundo de las formas y las joyas.
A pesar de haberme desenvuelto siempre en las artes manuales, en mi entorno familiar, esta habilidad era como una melodía de fondo, no algo que se considerara un camino viable para el sustento. Mi camino profesional comenzó entonces en la gastronomía, que unía lo artístico y la creación con algo más bien pragmático, un bien necesario: comer.
Mi carrera en la gastronomía se volcó hacia la investigación y la gestión de proyectos, lejos de lo artístico. Un día, agotada y desmotivada, supe que necesitaba volver a crear con mis manos. Así que me propuse encontrar un curso artístico. Pero ninguna opción parecía convencerme del todo.
En mis vacaciones, recostada en el sofá, descubrí por casualidad una joya de micro mosaico en mi celular. No seguía orfebres ni marcas de joyería en redes sociales, pero esa imagen me dejó absolutamente maravillada. En ese pequeño instante, un pensamiento atrapante se apoderó de mi: “que ganas de poder hacer algo así”, y tras ese pensamiento, experimenté rápidamente una sensación urgente de que no solo podía, si no que quería hacerlo. Fue como una necesidad imperiosa que no podía ignorar.
Apenas terminaron las vacaciones, me inscribí en clases de joyería una vez a la semana, pero el impulso creció y terminé yendo casi día por medio. Iba en las noches después de mi jornada laboral.
A las pocas semanas, tuve la certeza de que quería dedicarme a esto, pero no dije nada, ¿cómo iba a explicar que quería dejar de lado mi carrera profesional que “iba por buen camino” para dedicarme a algo que aún no sabía ni cómo hacer?. Desde fuera, seguramente sonaría como si hubiera perdido la razón. Lo mantuve en secreto por un tiempo, como un instinto de protección.
Ese mismo año me mudé a España con mi pareja de aquel entonces, manteniendo un trabajo online desde Chile. Internamente, tenía claro que al llegar a España, tendría la oportunidad de reconstruir mi historia profesional. Dada mi falta de conocidos en el lugar, era como partir desde cero, sentirme una hoja en blanco. Y así lo hice.
Me inscribí en clases de joyería y comencé a armar mi taller. Dedicaba mente, cuerpo y alma a eso, el tiempo libre que me dejaba el trabajo y todos mis ahorros fueron dedicados a una única misión: aprender joyería y crear una marca.
Y así fue, sumergiéndome en cursos de micro mosaico en Italia y talleres de joyería en Barcelona, Madrid y Mallorca, experimenté con distintos maestros, los cuales me llenaron de inspiración y me incentivaron a practicar horas en mi taller.
Mallorca fue nuestro hogar y el lugar que vio nacer la marca.
Tuve la “suerte” de conocer a Claudia Albons, dueña de una agencia de marketing y dirección creativa. Con su agudo sentido visionario, supo captar y plasmar a la perfección lo que yo deseaba transmitir, incluso cuando la marca y las joyas estaban en sus primeras etapas. Juntas dimos forma al branding, creamos la primera editorial de fotos y diseñamos el primer sitio web; todo empezó a tomar forma. Con el tiempo he llegado a comprender que esa armonía y conexión que surgió de forma tan natural no es tan común, fue un encuentro predestinado. Hasta el día de hoy, considero a Claudia como una gran amiga.
Luego de un año y medio viviendo en España, mi ex pareja y yo tomamos caminos separados, y fue en ese momento cuando decidí regresar a Chile. Tenía esta marca recién creada y un negocio iniciándose. Era como enfrentarme sola al mundo con un recién nacido en brazos.
Decidí traer en un container todo el taller que había armado allá y comenzar de nuevo en Chile. No lo quise ver como un comienzo, si no como una continuación en un lugar diferente.
Si te lo preguntabas, sí, renuncié al otro trabajo para dedicarme por completo a este nuevo oficio. Con el tiempo, la marca creció, se transformó en una niña que aprendió a caminar, y más tarde, a correr. Nuevas personas se unieron al proyecto, pero esa es otra historia que te contaré en otra ocasión.
Cambiar de profesión y lanzar la marca no fue una elección lógica, fue dejarse llevar por un torrente de intuición. Ahora, al mirar hacia atrás, veo que siempre quise crear belleza y compartirla. Solo que no había encontrado el lenguaje adecuado hasta que abrí esa pequeña llave y me encontré con un río de posibilidades. ¿Te has preguntado alguna vez si estás a punto de descubrir tu propio río?
Si quieres compartir tus pensamientos o tu historia conmigo te invito a hacerlo a través de nuestro formulario de contacto AQUÍ o en nuestras redes sociales @maikesiegel.
Cariños,
Maike